viernes, 3 de septiembre de 2010

Momentos


Ayer salí a caminar. Fue una caminata bastante agradable. Sin preocupaciones, sin nada que me molestara, simplemente yo y una extensa lista de mis canciones predilectas. Llegué hasta un pequeño parque en el que había varios niños jugando, la oscuridad de mis ropas y el color vivo de sus sonrisas hacían del momento un extraño contraste. Me quedé sentado en un tronco, no sé por cuanto tiempo, el viento corría libremente por el paisaje, claramente podía ver como arrastraba algunas hojas muertas que fueron parte de majestuosos arboles. En ese momento dirigí la mirada a la puesta del sol, nadie se encontraba junto a mí para admirarla, excepto, por una hilera de hormigas que a sus espaldas cargaban migajas de alimento. Fue entonces que me di cuenta que me encontraba solo, y eso no era ninguna novedad.

Y en esa soledad, mi corazón latió más rápidamente, y empecé a añorarte. Hubiera dado todo por haber sido tu la que estuviera sentada a mi derecha, y ambos compartir el soberbio instante de aquella tarde. Pero todo era una ilusión, una ilusión que perdurará por mucho tiempo. Y aunque he negado que eso pueda afectarme, la verdad es que me duele mucho. Me duele no por la persona que eres conmigo, sino por la necesidad que tengo de estar entre tus brazos y volver a sentirme vivo, sentir, que he encontrado un cálido refugio del que no quiero nunca más partir. En cada hora del día estás presente en mi pensamiento, es algo que no puedo evitar, sencillamente porque eres la mejor dama que he conocido. Sin tu voz murmurando al oído mi nombre y sin las caricias a las que me tienes acostumbrado estoy, completamente perdido.

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