Y sin aviso,
llegó esa enredadera de tristeza, penetrando y adhiriendo sus raíces en lo más
profundo de mi alma. Y fue tan fértil mi ser, que en poco tiempo se destruyó
todo aquello hermoso que había vivido y defendido desde el día en que vi la luz
de los cielos. No pude luchar, su baraña impidió que las pocas flores que
vivían dentro de mí, murieran, les arrebató la inocencia; marchitando sin
piedad pétalos dorados que habían sido cuidados con una extrema delicadeza.
Perdí mis
defensas, cualquier plaga me afectaba, y no hacía otra cosa que desahogarme con
llantos y lamentos, sin darme cuenta que mis lágrimas eran el abono que esa
enredadera necesitaba para germinar. Ya no me reconozco, he sido consumido, y
no quedan más que sueños secos que alguna vez fueron la esperanza de mis días.
He quedado agrietado, cual corteza podrida que con el tiempo va muriendo y
desapareciendo poco a poco.