Y desde ese día, tu espina continúa
clavada muy en el fondo de mi alma. Otras manos, otros labios, han intentado
salvarme de ella, pero en cada intento, se hunde más y más, provocando una
pringa de lluvia roja que casi al instante se convierte en una terrible tormenta
que destruye y hace añicos el poco amor que me queda. Dejándome sin protección;
tal perro vagabundo en espera de la muerte que lo liberará de su agonía.
jueves, 8 de enero de 2015
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