sábado, 26 de junio de 2010

Mi profesora favorita [Parte II]


Después de ese tierno abrazo que Gonzalo había propiciado a su profesora, ella simplemente pensó que era un saludo, pues ¿qué tipo de relación se puede esperar de una maestra y un alumno viviendo en plena infancia? Sin embargo, para el caballero del pupitre del salón, ese abrazo significó tocar un ángel y darse cuenta por primera vez que no sólo las flores despiden bellos aromas que dan satisfacción al olfato.

En cuanto a la rosa, la maestra se quedó realmente admirada por su hermosura, la colocó dentro de un jarrón con agua y lo puso en su escritorio. Gracias Gonza, vente, esperemos a tus demás compañeros – le dijo la profesora –. El pequeño niño no podía ser más feliz, e inconscientemente se le dibujó una sonrisa en su rostro. La jornada escolar transcurrió tranquilamente, todos trabajaban, pero nadie se podía percatar que una fiesta de fuegos artificiales se celebraba en lo más profundo de aquel inocente enamorado de su maestra.

Cuando llegó la hora de salida, los niños se dieron prisa en guardar sus cuadernos y libros en su mochila, excepto Gonzalo. Él se tomaba todo el tiempo del mundo para poder acompañar a la princesa de sus cuentos a la puerta de su escuela, y al no imaginarse lo que su pequeño estudiante sentía, ambos se decían adiós mediante un inocente y cariñoso beso en la mejilla. Cual fue la sorpresa para el pequeño cuando de la nada apareció un auto bastante lujoso conducido por un joven trajeado y sonriéndole a la maestra, lo peor, era que ella devolvía el saludo con un beso y subió al auto, alejándose y perdiéndose entre las calles.

Gonzalo estaba destrozado, una leve brisa movía sus cabellos y de sus infantiles ojos brotaban lágrimas que escurrían y lavaban el beso que le había dado su profesora favorita. Sus impulsos lo forjaron a correr lo más rápido que podía, el tiempo se detuvo y en su mente sólo estaba presente aquella imagen tan dolorosa. Corrió hasta llegar a un paraje alejado de todo, en donde había una gran cantidad de arboles y un pequeño riachuelo que bajaba de las montañas.

Nuestro caballero que disfrutaba de aquellas historias de fantasía simplemente se recostó entre la hierba y lloró como nunca antes, en tan poco tiempo había conocido la dicha de su primer amor y en tan poco tiempo ese amor también le había destrozado el corazón. Los minutos pasaron, y poco a poco fue entrecerrando sus ojos, pero antes de quedarse dormido, débilmente, casi sin voz, se dijo: “¿Por qué?”.

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