Cuando Gonzalo despertó, el crepúsculo ya asomaba su presencia, las horas se habían pasado rápidamente. Él pensó que sus padres lo castigarían por llegar tarde a su casa, pero no fue así, de hecho, no se habían dado cuenta que estaba fuera, y no era la primera vez que eso sucedía. Al entrar en su habitación, se miró en el espejo y dijo: “¿Por qué no puedo ser más grande? Si tan solo tuviera más años todo cambiaría”, pero tristemente se dio cuenta del crudo presente. Sin más que seguir lamentándose se recostó en su cama, abrazó su almohada y se quedó nuevamente dormido.
El cantico de un ruiseñor lo despertó a la mañana siguiente. En el camino a su escuela parecía encontrarse con dragones y brujas, pero ya nada importaba, no había por qué temer, pues no hay nada más doloroso que el sufrimiento del corazón. Aquel niño lleno de vida quedó atrás, su caminar se volvió lento, su mirada siempre estaba atenta a sus pasos, dejó de preocuparse por él mismo; ni si quiera se peinaba, y su semblante poco a poco fue entristeciendo. Ya no le importaba nada, ni siquiera ella, aquella que fue la inspiración de sus ilusiones y sueños infantiles se convirtió en una fantasía inalcanzable.
Sandra, su maestra, notó los cambios que Gonzalo había empezado a mostrar, la situación del pequeño era tan evidente que incluso llegó a perjudicar su desempeño académico. No entregaba tareas y no hablaba con nadie. Ante tal situación, tuvo que conversar con él, y lo hizo en uno de los tantos recesos en donde todos los niños salían a jugar. Se acercó a su banca, y le dijo: “Hola Gonza”, él no respondió, pero ella continúo insistiendo: “¿Por qué no sales con tus demás compañeritos? Si quieres voy contigo, ven, anda”, pero no obtuvo nuevamente una respuesta, el caballero del pupitre no dijo absolutamente nada, y en la profesora nació un sentimiento de preocupación.
Al terminar la jornada escolar, Gonzalo guardo sus libros en blanco y cargó en su espalda la pesada mochila con la figura de Snoopy, no había salido del salón cuando tropezó y cayó de rodillas al suelo. Torpemente se levantó y siguió su camino, fue entonces que Sandra lo detuvo, y con la gracia que la caracterizaba se agachó y ató las agujetas de esos tenis con luces de colores. Ella le sonrió y el pequeño no pudo soportar aquel dulce rostro que lo miraba. Sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió para alejarse de su amada. Su maestra no comprendía realmente qué era lo que sucedía.
Apenas había llegado Gonzalo a su casa cuando de pronto sonó el timbre, ¡Vaya sorpresa!, era ella, si, la profesora favorita de ese niño estaba en la puerta. “Hola Gonza, ¿Está tu mamá o tu papá” – le dijo, y él respondió: “No, no han llegado de trabajar”, “¿Puedo pasar? Quiero hablar contigo”, y tímidamente le dijo que sí. Una charla acerca de la preocupación que Sandra sentía al observar a ese muchachito tan cambiado los entretuvo un gran rato. Una insistencia en saber qué le pasaba cortaba el ambiente. Él no sabía qué hacer, por un lado, podía confesar su amor, pero por el otro, un regaño imaginaba en su infantil cabeza. Con la mirada al suelo, casi temblando, sollozó: “Me he enamorado de usted”.
El cantico de un ruiseñor lo despertó a la mañana siguiente. En el camino a su escuela parecía encontrarse con dragones y brujas, pero ya nada importaba, no había por qué temer, pues no hay nada más doloroso que el sufrimiento del corazón. Aquel niño lleno de vida quedó atrás, su caminar se volvió lento, su mirada siempre estaba atenta a sus pasos, dejó de preocuparse por él mismo; ni si quiera se peinaba, y su semblante poco a poco fue entristeciendo. Ya no le importaba nada, ni siquiera ella, aquella que fue la inspiración de sus ilusiones y sueños infantiles se convirtió en una fantasía inalcanzable.
Sandra, su maestra, notó los cambios que Gonzalo había empezado a mostrar, la situación del pequeño era tan evidente que incluso llegó a perjudicar su desempeño académico. No entregaba tareas y no hablaba con nadie. Ante tal situación, tuvo que conversar con él, y lo hizo en uno de los tantos recesos en donde todos los niños salían a jugar. Se acercó a su banca, y le dijo: “Hola Gonza”, él no respondió, pero ella continúo insistiendo: “¿Por qué no sales con tus demás compañeritos? Si quieres voy contigo, ven, anda”, pero no obtuvo nuevamente una respuesta, el caballero del pupitre no dijo absolutamente nada, y en la profesora nació un sentimiento de preocupación.
Al terminar la jornada escolar, Gonzalo guardo sus libros en blanco y cargó en su espalda la pesada mochila con la figura de Snoopy, no había salido del salón cuando tropezó y cayó de rodillas al suelo. Torpemente se levantó y siguió su camino, fue entonces que Sandra lo detuvo, y con la gracia que la caracterizaba se agachó y ató las agujetas de esos tenis con luces de colores. Ella le sonrió y el pequeño no pudo soportar aquel dulce rostro que lo miraba. Sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió para alejarse de su amada. Su maestra no comprendía realmente qué era lo que sucedía.
Apenas había llegado Gonzalo a su casa cuando de pronto sonó el timbre, ¡Vaya sorpresa!, era ella, si, la profesora favorita de ese niño estaba en la puerta. “Hola Gonza, ¿Está tu mamá o tu papá” – le dijo, y él respondió: “No, no han llegado de trabajar”, “¿Puedo pasar? Quiero hablar contigo”, y tímidamente le dijo que sí. Una charla acerca de la preocupación que Sandra sentía al observar a ese muchachito tan cambiado los entretuvo un gran rato. Una insistencia en saber qué le pasaba cortaba el ambiente. Él no sabía qué hacer, por un lado, podía confesar su amor, pero por el otro, un regaño imaginaba en su infantil cabeza. Con la mirada al suelo, casi temblando, sollozó: “Me he enamorado de usted”.
2 comentarios:
Recalco lo que había dicho antes, tienes una manera ligera y fluida, y por lo mismo agradable. Un saludo otra vez.
Beto espero la IV parte.. ya quiero verla estoy ansiosa la verdad... espero que tomes en cuenta mi opinion.. no todo tiene porque terminar en tragedia.. ok?
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