Si mi memoria no me falla, llevo más de un año manteniendo con vida este pequeño espacio. Un espacio que se ha convertido en hogar de mis penas y alegrías. He publicado varias entradas, y algunas de ellas me hacen sentir realmente orgulloso. Pero hay una interrogante que me ha venido rondando por la cabeza desde hace algunos días: ¿Por qué escribo?
Lo hago, porque es una actividad que disfruto mucho. Porque puedo viajar en mi propio mundo. Porque a través de la escritura me doy la oportunidad de estar conmigo mismo y plasmar esas pequeñas cosas que no me atrevo a decir en voz alta. Pero hay una razón de mucho más peso que me incita a hacerlo, simple: estoy enamorado.
Y es gracias al amor por lo que mis textos dejan de ser solo palabras. Cada línea nace de lo más profundo de mi alma, representan sin reclamo lo que he vivido. Cada historia, cada punto y cada coma, reflejan los capítulos de una vida. No me da pena. Ni tampoco espero reconocimiento. Escribo por gusto, por risa, por llanto, por placer, por pasión, porque soy libre.
Lo hago, porque es una actividad que disfruto mucho. Porque puedo viajar en mi propio mundo. Porque a través de la escritura me doy la oportunidad de estar conmigo mismo y plasmar esas pequeñas cosas que no me atrevo a decir en voz alta. Pero hay una razón de mucho más peso que me incita a hacerlo, simple: estoy enamorado.
Y es gracias al amor por lo que mis textos dejan de ser solo palabras. Cada línea nace de lo más profundo de mi alma, representan sin reclamo lo que he vivido. Cada historia, cada punto y cada coma, reflejan los capítulos de una vida. No me da pena. Ni tampoco espero reconocimiento. Escribo por gusto, por risa, por llanto, por placer, por pasión, porque soy libre.
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