Espíritu mio,
prisionero de este luctuoso cuerpo lleno de golpes punzantes y atormentantes.
Escapa, y llévate el único rastro de bondad que queda de mí. Viaja, y no
regreses más a esta agonía. Apártate, salva los vestigios de la luz que aun resisten
a esta amarga penumbra. No, por favor no, no mires atrás, ni tengas
misericordia de estos ojos negros abatidos por el llanto, simplemente, parte.
Espíritu mio,
aléjate antes de que seas contagiado por la suciedad de lo que no es bien visto
a los ojos ajenos. Y vuela, vuela a los cielos altos que se escuchan en las
historias de mi madre. Si, a esos cielos blancos que te transportan con la
ayuda de una sinfonía de vientos suaves.
Habla con Dios, dile, que te amo tanto como para hacerte transitar por
este cáliz de dolor. Él, te hará conocer la tranquilidad que con mis días no
pude darte.
Espíritu mio,
ve, a un nuevo huerto, donde majestuosamente crezcas y te reivindiques con
gotas de esperanza y de ilusiones. Olvida que alguna vez perteneciste a las
sombras, y déjate llevar apasionadamente por los rayos del sol de cada nuevo
amanecer. Estoy seguro, que como el fénix, renacerás, y es preciso que lo
hagas, porque ya nada puedo hacer por ti. Solo así, con este doloroso sacrificio,
podrás vivir.
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