Y fue
entonces que el viento me llevó a una nueva morada. En mi adiós, tuve que
abandonarme a mí mismo. Tuve que despojarme de afectos, memorias y pasiones. También
de historias, besos y risas. Quedó atrás mi pasado, un pasado que forjé con
cada momento de alegría y de tristeza. Pero no, no lo oculto, está ahí,
resguardado en lo más profundo de mí ser, y vive, no para olvidarlo, sino para
aprender de él. Para recordarme, la fortaleza que tengo, y la fragilidad que
dormita en mi alma.
Si, el viento
fue benevolente, porque en cada tarde de otoño su brisa me invitaba a otros
horizontes, y yo, por duda, por miedo, rechazaba su invitación a la calidez del
paraje en el que hoy me encuentro. Probablemente los años tengan preparado un
nuevo viaje, pero por ahora, mi estancia en el espacio donde me encuentro me da
la tranquilidad que tanto he anhelado. Y tengo
la seguridad que ya se han empezado a escribir un sinfín de nuevos episodios a
mí historia que me harán feliz.
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