Y fue así
como me lanzaste al precipicio de mi desgarrada voluntad, despojándome de la
razón y de los propios límites de mi cuerpo que ahora yace desnudo ante ti. Y
aunque en esa expulsión al vacío mi
cordura gritaba que al caer no habría red para sostenerme, mi alma clamaba que
me entregara y te amara de la manera en la que el tiempo y la luna me han
enseñado a amar.
En esa caída,
mis sentimientos renacieron, y mi corazón, que no dejaba de contraerse por el
miedo, se cubrió de fuerza para afrontar toda adversidad. Incluso mis alas, que
nunca antes habían titubeado y que me habían llevado por lo más alto de los
cielos, aceptaron en silencio las razones de todo lo que sucedía; dejándose
llevar junto conmigo a la profundidad del abismo.
Fue unos metros
antes de tocar fondo que te busqué, estabas ahí, observándome de pie con tus
ojos llenos de nobleza y tus brazos extendidos esperando mitigar el golpe. Y me
di cuenta que había hecho lo correcto, que a pesar de todo, Dios había sido
benevolente y nos había puesto en los mismos caminos para transitarlos juntos
hasta que un día, nos lacemos los dos nuevamente al vacío.
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