Por mis venas
no corre sangre egoísta. Al contrario, se me enseñó a ayudar a los demás, a ser
servicial, y eso sin duda fueron enseñanzas que mi mamá me inculcó de pequeño. Sin
embargo, toda esa bondad que viví de cerca en mi infancia, de alguna forma influyó
en mi personalidad que hasta el día de hoy se encuentra muy latente. Me
convertí en un hombre de carácter débil, bastante sentimental y emocionalmente
muy frágil. Todo eso le ha valido a mi amor para colocarse en un punto en el
que nunca pide nada a cambio y siempre da con amabilidad.
Ese tipo de
amor, tan incondicional, tan propio de mí, ha estado presente en la mayoría de
mis relaciones. Y le ha valido, para hacerme entregar en cuerpo y alma, en
ocasiones incluso cegándome, y negándome a percatar de lo que realmente estaba
viviendo. Hubo momentos en los que aún conociendo las realidades, yo continuaba
ahí, porque esa frágil voz interior me decía que me dejara llevar, que amara y
que no tuviera miedo de caer. Y así fue, así ha sido. Pero ya estoy cansado, ya
mi corazón no tiene fuerza, y me pide a gritos que me libere de mí mismo.
Y sí, me da
miedo, porque todo lo que he defendido se encuentra tambaleante al vacío. Pero
necesito esto, necesito hacer una pausa y detenerme a recapacitar, pensar un
poco más en mí, anteponer mis prioridades y mi bienestar. No quiero llenarme de
odio, ni tampoco de rencor. Mucho menos dejar de escudar mis creencias, al
contrario, quiero que sobrevivan por muchos años. Son decisiones que me
aterran, pero necesito amarme a mí mismo y demostrarme que soy importante, y
que a pesar de todo, valgo la pena.
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