domingo, 1 de agosto de 2010

Los ángeles de la muerte


Pertenecen a la generación de los malditos. Fueron desterrados del edén. De innegable belleza y un dulce resplandor. Sus pasiones los cegaron. Una ceguera que estaba mediada por la rebeldía y el sentimiento de supremacía. Su condena, continuar siendo ángeles, pero ángeles de la muerte. El día que fueron exiliados el cielo se tiñó de rojo, fuertes gritos se escuchaban en lo alto y poderosos vientos cayeron desde su costas. ¿Su nuevo hogar?; un santuario silencioso, morada de la muerte.

La extraña luz que los iluminaba se ha extinguido, ya no sonríen, no se alimentan, su tez es desolada y fría, y su corazón, se ha convertido en piedra. Simplemente están ahí, en silencio, en calma, observando el tiempo pasar ante sus ojos. Hoy, deben lidiar con el tormentoso abismo de su arrepentimiento, soportar lluvia e inviernos y estaciones que van y vienen. Su castigo, el sufrimiento, un sufrimiento que va creciendo día a día con cada despedida, con cada lecho fúnebre.

Todas las noches se puede escuchar su llanto desesperado en busca de misericordia. Un llanto desgarrador que impulsa a derramar sangre y que clama perdón, que lastima el oído. Pero es en vano. Han estado lastimados por siglos, viviendo en tinieblas y en desolación, y cuando has estado herido y asustado por tanto tiempo, el miedo y el dolor se convierten en odio, y más odio. Toda esperanza se ha perdido. La resignación no ha llegado a sus manos. Al fondo, una débil luz; una pequeña ilusión.

No hay comentarios: