martes, 2 de junio de 2015

El engaño


“E”, viene de lejos, bastante lejos, y llegó a mí, por casualidad; una mañana de la recién comenzada primavera. Y desde que noté su presencia a lo lejos, despertó mi libido. Se acercó, y sin cruzar demasiadas palabras me llevó a una habitación tranquila, iluminada por una ventana donde entraba una serena corriente de aire. Juntos los dos, presté atención a su figura. Se dio cuenta que le observaba, y me besó, nos fundimos en un beso suave y lento, acompañado de caricias que poco a poco me iban perdiendo en el halo de excitación que nos rodeaba. Mis manos, se iban deslizando hasta despojarle de sus ropas.

Pude observar su piel blanca e imberbe, y sin preguntarle, le recosté bajo de mí. Sentí su cuerpo junto al mío. Abrí sus piernas, y obsérvarle así, tan dócil, tan de mi propiedad, me excitaba cada vez más. Me aprisionó con sus muslos y comencé a rozar mi pene en su entrepierna, la sensación era placentera. Apreciaba sus gestos, sus gemidos, sus suspiros, su entrega. Y en un instante de pasión desencadenada, le di vuelta, y se dejó, no opuso resistencia. Admiré su espalda, pasmé mi atención en la línea que nace de su nuca, que recorre su espalda y se pierde en el centro de sus nalgas. Era tan exquisita esa escena que hundí mi impaciente lengua en sus protuberantes glúteos y conocí un deleitable sabor que aún continúa impregnado en mi paladar.

Empapados los dos, no resistí, y penetré aquél agujero que palpitaba por sentirse invadido. Lentamente comencé a moverme, y con cada movimiento, me hundía más y más en ese cálido rincón. La sensación de abrirme paso a pesar de su dolor era sensacional. Mi pene jamás había estado tan apretado en un culo tan complaciente como el suyo. Ebrio de pasión, quise darle a probar de mi hombría, y acerqué su boca a mi erección. Empezó a succionar, y lamía de arriba a abajo como si esperara con ansias el regalo que se da a las putas que han hecho bien su trabajo. Su lengua, su mirada, eran el complemento perfecto, yo sólo me recosté y dejé que hiciera lo suyo. ¡Y vaya que lo sabía hacer!

Pasados algunos minutos inundaba su boca con mi semen, quise que se lo tragara, y lo hizo, lo hacía desesperadamente; por complacencia, por sumisión. Se recostó a mi lado y nos perdimos en un profundo sueño. Sueño que terminó al momento de partir, nos dijimos adiós. Pero tiempo después nos encontramos nuevamente, lo hicimos, no recuerdo cuantas veces, pero yo quería más y más, y la única manera de conseguirlo, era lograr enamorarle y hacerle sentir especial para así obtener a toda hora y a cualquier momento el sexo que tanto me había gustado.

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