Hace exactamente
dos años, recibí una noticia que me anunciaba las dificultades a las que me
enfrentaría para estrecharte en mis brazos. Me destrozó, y lloré, lloré sin
hallar consuelo en las palabras de aliento que muchos me daban. Me sentía
devastado, inservible, probablemente, porque en esa época eras lo que más
anhelaba. Debo confesarte también, que caí varias veces, maldiciendo e
insultando mi condición. Busqué refugio en un sinfín de cosas materiales, en
personas y en excesos que algunas veces quisiera borrar de mi memoria. Y no, no
trato de excusarme contigo, pero en aquellos momentos necesitaba olvidar todo
lo que pasaba, y de alguna forma, sentirme bien conmigo mismo a pesar de tu
ausencia.
Pero ha
pasado el tiempo, muchos episodios han ocurrido; algunos para bien, otros para
mal. Mis prioridades han cambiado, ya mis intereses son otros, incluso, un yo
interior se ha reencontrado consigo. Poco a poco he ido aceptando los planes
que la vida ha puesto en mi camino. Y en conjunto con la paz en la que me
encuentro, he centrado mi mirada en perseguir otros horizontes, y he tomado
nuevas decisiones que estoy seguro me harán feliz. Y te lo doy a conocer,
porque necesito liberarme, dejarte ir, y permitirte que otras manos te
arrullen, dándote los cuidados y el cariño que necesitarás para crecer. Y
aunque físicamente no te haya conocido, y no haya escuchado tu llanto, vivirás
por siempre resguardado en mi corazón.
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