Fue una
mañana del 14 de Octubre, hace un año, cuando caminando por las calles de un
transitado día la vi, estaba ahí, en una veterinaria bastante descuidada,
dentro de una jaula junto a otros cachorros. Me acerqué y ambos nos observamos
fijamente, era tan tierna, tan blanca, tan pequeña, y al notar como movía su
rabo por mi presencia, supe que era para mí. En ese entonces, el tema de los
hijos se había volcado con todo su rigor a mi hombría, orillándome a cargar con
un peso que lastimaba cada vez más a mi corazón. Yo, anhelaba tener a mi lado
un ser que me necesitara y que requiriera cuidados y protección, y al serme
negada esa oportunidad, me centré en la adquisición de la que hasta el día de
hoy es mi más fiel y apegada compañera: María Candelaria “Cande”.
Ella ha
venido a complementarme, y me ha enseñado con su compañía el valor tan noble que
representa, porque ellos, los peludos, también son resultado del amor que tuvo
Dios por la creación de la vida. Sé que Cande no es una persona, mucho menos un
bebé, y probablemente a otros ojos el lazo que tengo con mi mascota no sea
sano, haciéndome parecer loco o ridículo. Sin embargo, me hace feliz, éste
animalito logró llenar un vacío en mí, alegrando mi rutina con juegos,
paseos y ladridos que ya forman parte de mis días. Si, también ha sufrido, se
ha enfermado, ha llegado estar sola, pero sigue ahí, sigue conmigo, sin
reprocharme ausencias y horas perdidas, solo espera tras la puerta, en calma,
moviendo su rabo, esperando feliz mi llegada.