martes, 14 de diciembre de 2010

Navegante


En el puerto de los deseos me despedí de ti. No hubo tripulación, no llevé equipaje, ni mapas marítimos. Simplemente, me aventuré a tierras desconocidas. Me encontraba ansioso por zarpar, y ante tal ansiedad, fueron elevadas las anclas de mi barca. Me dirigí al timón, y me embarqué lentamente en aquel océano que inicialmente se encontraba sereno, pero que al irlo explorando, poco a poco se iba agitando. Fuertes olas ultrajaban el bote, eran tan poderosas y solemnes que incluso golpeaban mi rostro. Su apetito de poder hizo tambalearme y caí al estremecido mar.

Nadé y nadé tratando de no ahogarme en su sed de muerte. Mis movimientos eran inútiles, no podía luchar en contra del calor que en ese momento envolvió mi cuerpo. El desenfreno de esas paredes de agua hizo que me sumergiera completamente, y ya no pude salir. Fue entonces que perdí el conocimiento y no tuve noción alguna de lo que pasó conmigo. Desperté sobre una solitaria playa de satisfacción. En sus orillas, un muelle en el que todavía se me puede ver sentado en silencio esperando volver a navegar en el profundo mar de tu entrepierna.

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