sábado, 1 de mayo de 2010

Mi profesora favorita [Parte I]


Cuando somos niños, tenemos el gran libro de la vida a nuestros pies, y depende de cada uno de nosotros que éste se vaya llenando con nuestras experiencias, nuestros miedos, nuestras alegrías, nuestras tristezas y, por supuesto, de los primeros instantes en que conocimos el cariño y dijimos por vez primera “TE AMO”.

Gonzalo cursaba el tercer año de primaria, tenía 8 años, un niño como cualquier otro, pues le fascinaba jugar con sus amigos, ver la programación de sus dibujos animados favoritos, pero, había algo que le llamaba mucho la atención, y era la lectura de aquellos cuentos en donde el valiente príncipe lucha contra dragones, brujas y hechiceros para rescatar a su princesa. Él, en su mentalidad de niño, soñaba con algún día enfrentar todos los seres medievales que aparecían en las lecturas que lo trasladaban a su pequeño mundo de fantasía y poder rescatar a su princesa, a su amada.

Cuando su antigua maestra se cambió de ciudad, Gonzalo pensó que era lo mejor que le había podido ocurrir, pues ya no tendría que ver a esa mujer que a simple vista daba terror, pues era gruñona y siempre encontraba la forma de regañar a sus compañeros, especialmente a él. Tuvo que pasar sólo un día para que la nueva maestra se presentara a sustituirla, y al momento en que Sandra (ese era su nombre) cruzó la puerta del salón, Gonzalo pensó estar un sueño, la creyó un ángel, pues era una joven que tenía una maravillosa sonrisa, y junto a la manera tan delicada de cómo caminaba, su mirada cálida y profunda que despedían aquellos sombrosos ojos negros, fueron motivos para que se dijera a él mismo: “Ella es la princesa de mis cuentos”.

Conforme pasaron los días, ese niño más que sentirse obligado ir a la escuela, asistía por el deseo de ver a su profesora, trataba siempre que ella lo felicitara, ponía atención a sus explicaciones y se esforzaba para ser el primero en terminar sus trabajos, a cambio de todo su esfuerzo, su maestra lo premiaba con una palmada en el hombro, unas felicitaciones y un gesto de cariño, y aunque todo eso parecía insignificante, esas eran las razones por las que Gonzalo empezó a sentir cariño hacía ella. Por las tardes, realizaba sus tareas y cuando llegaba la noche, se le hacia una eternidad en poder ver, a su profesora favorita.

El tiempo pasó, y Gonzalo ya no parecía ser el mismo, dejó de jugar, dejó de ver la televisión, incluso dejó de leer esas historias que tanto le gustaban, lo único que quería, era, estar a lado de su profesora favorita.

Una mañana, yendo en camino a su colegio, observó una rosa en un pequeño jardín, y pensó que era el regalo perfecto para ella, ya no más manzanas ni buenos días, una rosa, una rosa es lo que ella se merece. Sin pensarlo dos veces entró al jardín, arrancó la rosa y fue de prisa a su escuela, a su salón, a ver, a su profesora favorita, al verla sonriente en la puerta del salón esperando a que los niños llegaran a clase, Gonzalo simplemente corrió a su encuentro y la abrazó.

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