jueves, 30 de septiembre de 2010

Caricias


Una caricia puede ser insignificante para otros ojos, pero para los tuyos, un simple roce de mis dedos es suficiente para que te estremezcas. Conozco tus puntos más débiles, las zonas que te producen placer. No fue necesario que las mencionaras, poco a poco las fui descubriendo. Cuando empieza, simplemente te entregas a mi merced, cierras tus ojos y suspiras, débilmente dices que me detenga, pero mis labios ya han alcanzado tu cuello, mi lugar favorito. En ese momento, he dejado huella sobre ti, el perfume que has usado ya se ha fundido con el mío, y mis labios, ellos han acogido tu esencia.

Pero eso solo ha sido el comienzo de un éxtasis venidero. Al entrar en tu habitación tus ropas van cayendo lentamente, en el fondo, una melodía de saxo suave y lenta se puede escuchar. Ahora la desnudez es la única vestimenta que usas, y es un modelo que nunca hubiera podido imaginar. Es entonces que ya no me puedes detener, observar cada gesto que va naciendo en tu rostro es suficiente para que me hagas perder el control. Aquellas sábanas rayadas han sido testigo de lo que ha ocurrido entre nosotros. Cada centímetro de tu cuerpo se ha convertido en mi templo, y es un templo que es muy difícil no venerar, un templo que debo llenar de caricias cada domingo.

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