sábado, 22 de enero de 2011

Aquellos días...


Ha pasado el tiempo, bastante. Tanto, tanto de lo que mi memoria puede hacerme recordar, y a pesar de todo, a pesar de los meses, tu nombre continúa grabado muy dentro de mi corazón. Cuando despierto, los primeros rayos de sol me hacen recordar las mañanas que contemplamos juntos, acompañados con el humeante café y con una de azúcar que tanto te gustaba. Al bañarme, todavía puedo sentir tus suaves dedos recorriendo mi espalda, procurando limpiar lugares que no podía alcanzar. Al vestirme, aún siento que me cubres los ojos preguntando inocentemente: “¿Quién soy?”. Aún puedo observarte frente al espejo cepillando tan celosamente tu negro cabello. Aún respiro la esencia de tu perfume.

Al caminar por las calles me haces falta, me acostumbraste a tus manos, y no hay día en que desesperadamente las busque para tomarlas. En cada sonrisa de un niño ahí estas. En las rosas del parque veo tu rostro. En el cielo, la imagen de los dos abrazados. Estás presente en todo lugar y en toda hora. Pero es en las noches donde tu recuerdo se fortalece. La brisa nocturna me envuelve con su dolorosa soledad. Trato de apaciguar ese dolor con un abrigo, pero me doy cuenta que no es la noche quien me lastima, ese mal nace de mi interior, y no he podido matarlo. Resignado, no me queda más que dormir. Espero en la oscuridad un beso de buenas noches, y al no tenerlo, en el silencio se escucha mi voz decir: “Sigo enamorado, tal vez, igual que ayer”.

A Ella.

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