domingo, 1 de agosto de 2010

Memorias de mi infancia


No cabe duda que la niñez ha sido una de las etapas más privilegiadas que he vivido. No tenia motivos para preocuparme, todo lo disfrutaba en charola de plata. Crecí en el seno de una familia amorosa, siempre quisieron lo mejor para mí, y lo obtuve. Fue mi mamá quien desde niño poco a poco me introdujo al mundo de la lectura. A los cinco años ella me enseñó a leer. “El gato con botas” se convirtió en el primer cuento que conocí, después vinieron más. Cada vez que regresaba de su trabajo me traía nuevas historias, pequeñas publicaciones infantiles que me hacían creer en la magia: Pinocho, Hansel y Gretel, Pulgarcito, El soldadito de plomo, Moby Dick, El flautista de Hamelín, pero sin duda, mi favorito continua siendo El patito feo. Esas líneas formaban en mi imaginación las escenas de sus personajes; bondad y maldad, hechiceros y caballeros, alegría y tristeza. Disfrutar de las letras se lo debo a ella, a mi mamá.

A mi papá, deportista por naturaleza, le interesaba encaminarme en el mundo del deporte. Mi juego predilecto, básquetbol. En mi cumpleaños número 9 recibí un balón, y al día siguiente juntos construíamos un aro para que pudiera practicar. Él me instruyó, y disfrutaba sus enseñanzas. Cada tarde trataba de mejorar mis encestes, jugaba solo, y eso me aburría. Tal vez mi papá me hizo falta en esos años, sin embargo, siempre hizo su mejor esfuerzo. Tal y como me lo demostró al enseñarme andar en bici. Cuando caí él me ayudó a levantar. Me motivó a ser perseverante y no dejó de acompañarme hasta que aprendí a manejarla. Con el tiempo nuestra relación se fue deteriorando, pero hoy sé que puedo contar con su apoyo, yo era quien no lo quería ver. Es mi padre, y lo quiero mucho.

Como olvidar a mis mascotas; perros, tortugas, peces y conejos han vivido conmigo. Todos han pasado a mejor mundo. Sin embargo, quien llevó la peor parte fue un pequeño conejo (obsequio de la joven que me cuidaba de niño); él dormía en el patio, recuerdo que ponía una caja para que no pasara frío. Esa noche lo alimenté, como siempre hacía, pero al siguiente día me percaté de lo ocurrido, un gato se había saltado la barda y había dejado el piso manchado con sangre, y sobre el pavimento, 2 patas de conejo. Lo único que enterré fueron esas dos extremidades, lo que quedó del señor bigotes. Viví una infancia placentera, no me puedo quejar, de ahí se desprendieron muchos de los capítulos que marcaron mi existencia. La felicidad ha dejado huella en mí, una huella que simplemente me queda por recordar.

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