sábado, 12 de noviembre de 2011

La última en tu nombre


“Mi amor”, hace tiempo te llamé así. Por muchas primaveras lo significaste todo, eras mi sol, mi luna, la razón por la que yo despertaba cada mañana. Sin embargo, el destino nos dirigió hacía caminos diferentes, tú ya has formado tu vida, y yo, bueno, sigo en eso. Al contrario de ti, no me reprocho nada, porque muy dentro de mi corazón sé que te entregué cariño a manos llenas. En tu despedida, me hiciste sentir culpable de todo lo que pasó, de todo lo que te pasó, y si, no lo no negaré, hasta el día de hoy lo creí así, y digo hasta hoy, porque ya no estoy dispuesto a permitir que la sombra de lo que alguna vez fuimos me continúe persiguiendo.

Desde este momento me prometo a mí mismo no pensarte nunca más. Lo intenté, Dios sabe cuánto, pero tarde vine a comprender que no es posible derribar una gruesa y pesada pared de mármol que lo único que le importó era ella misma. Tal vez, a tus ojos yo no signifiqué nada, y lo acepto, recibo el desprecio y la indiferencia, no te cuestionaré. Creo que nunca llegaré a saber qué es lo que realmente ocurrió. Todo ha quedado ya en el pasado, y como tal, debe enterrarse. Te pude dedicar mi vida entera. Sin rencores. Está olvidado.

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