martes, 19 de octubre de 2010

Placeres solitarios


Puedo saber lo que hiciste con tan sólo respirar tu esencia. Tu aroma te delata, no puedes ocultar lo que pasó. Ven, no te vayas, te diré lo que tu silenciosa presencia me ha confesado. Estabas en tu habitación envuelta entre esas sábanas de terciopelo negro. Con tus manos, poco a poco fuiste tocando tu desnudo cuerpo. Quisiste parar, pero la necesidad de sentirte deseada ganó a tu decorosa moral. Tu femenina figura se fue cubriendo de excitantes caricias.

Tus senos recibieron con lujuria cada roce de tus dedos, y te diste cuenta que su redondez era realmente exquisita, sin imperfecciones. Tus sensibles pezones se endurecieron, y fueron ultrajados al mismo tiempo que tu corazón comenzaba a palpitar cada vez más fuerte. El deleite que sentías cegaba con un luctuoso listón todas aquellas charlas religiosas que zumbaban en tu cabeza. ¿Te sorprende que conozca tu intimidad?; espera, no bajes la mirada.

Para entonces, en tu entrepierna una lluvia de deseo te empapó. La humedad de tu sexo escurría sin cauce alguno. Sin poder detenerte, introdujiste lentamente dos de tus temblorosos dedos. Sus movimientos circulares te volvían loca. Un placer indescriptible te recorrió de pies a cabeza. Un somnoliento cansancio te abrigó, pero ya no podías negar los placeres solitarios de los que fuiste culpable. ¿Pena?, ¿Por qué? Aquellos que te juzgan no son conocidos por sus actividades altruistas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Conclusión que debiera ser la natural, que no hay razón para negar lo que por naturaleza se es.

Saludos.