viernes, 29 de octubre de 2010

El exorcista


Mi oficio no es como el de todos. Debo lidiar con fuerzas más allá de lo imaginable, poderes no terrenales que se apoderan de almas en infortunio. En una de esas veces, una llamada de media noche requirió mis servicios. Una vieja voz se escuchaba desesperada, casi suplicando me dijo que su hija necesitaba ayuda, un tormento brutal se había apoderado de ella. Sabiendo a lo que me enfrentaría, llevé conmigo el crucifijo que fue rescatado en las cruzadas y el agua que limpia el pecado. Al llegar a la dirección indicada, una densa niebla cubría el lugar y una extraña luz nacía en el bordo de aquella casa victoriana. Al tocar la puerta, la longeva mujer me recibió, la desesperación y la angustia eran dueñas de su semblante. Me hizo subir por unas ruidosas escaleras de madera y al pisar el último escalón, un fuerte escalofrió me rodeó. ¿Qué me pasaba? Era la primera vez que me sentía así. Nunca antes el miedo me invadió, no entendía. Quise retroceder, pero ya era demasiado tarde.

La parte alta era recorrida por un largo y tenebroso pasillo. Las manecillas del reloj se detenían por cada paso que daba. Al fondo, una puerta carcomida por las polillas, casi podrida, me esperaba. Lentamente giré la perilla, y al penetrar en ese ambiente taciturno, sentí un fuerte golpe en el pecho que por poco me tira al suelo. Pensé en encontrar a una víctima agitada, arañada del cuerpo y la cara, pero era todo lo contrario. Ella era una mujer joven que descansaba tranquilamente en su cama destendida, estaba desnuda y sus cabellos caían de una forma tan misteriosa que elegantemente cubrían su rostro. Al intentar acercarme, un grito ensordecedor dijo ¡Detente!, y en un movimiento rápido de sus manos observé cómo se deslizaron entre sus pechos y su cintura hasta llegar a su sexo. “Sí, estoy poseída, es un fuego que me quema por dentro, una ardiente pasión que no me deja tranquila, alguien juega conmigo a su antojo y no quiero que se detenga, no quiero que se aleje de mí.” -Me dijo entre suspiros.

Jamás me había encontrado con algo así, ¿Qué le pasaba a esta pobre presa del demonio? Era una escena diferente a las demás; una inocente siento mancillada por el deseo del innombrable. ¿Quién era él? Los años de estudio en el monasterio no me habían preparado para combatir a tal criatura. De repente, una sombra salió expulsada del moribundo cuerpo, y con una voz de ultratumba dijo: “Soy Íncubo, me alimento de doncellas vírgenes que guardan su pureza, su goce incrementa mis poderes y sus orgasmos me mantienen vivo”. Sin decir nada más, desapareció. Aquella ultrajada joven quedó marcada con grandes y profundas mordidas, moretones en su piel adornaban su blancura, por su entrepierna corrían fluidos ríos de sangre y empapada en sudor permaneció callada. No volvió hacer lo que un día fue. Su recatada vida quedó en el olvido. Hoy es una meretriz del bajo mundo, situación causada por la serpiente del mal que le delegó la libido en sus venas. Y yo, yo soy puntual en visitarla. Él nunca fue capturado, tal vez, el próximo sacrificio sexual seas tú.

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