viernes, 8 de octubre de 2010

Soledad, mi vieja amiga


Sé que prometí jamás volver hablar contigo, mucho menos regresar mi mirada hacia ti, pero es que he vivido tanto en tan poco tiempo, que me es imposible soportar esta terrible agonía por mi propia cuenta. Sabes, he reconocido que siempre has estado aquí para mí, porque aún cuando te he gritado que te largaras de mi presencia, me recibes gozosa con un hermoso beso. Ojalá puedas entenderme, pero debes comprender que la felicidad efímera que se presentó en mi momento más débil me hizo pensar que no eras la mejor compañera, pero hoy me doy cuenta que me encontraba en un error, no sólo eres clemente, sino piadosa de recibir mi frágil espíritu con tu frio y fúnebre abrazo.

Mis días se han convertido en una pesadilla, ya no recuerdo lo que era, me he transformado en una sombra de oscura tristeza, mis ilusiones han sido sepultadas en el santuario que construí para cobijar mis sueños, y mi alma, que sufrió sin contemplaciones, ha sido desgarrada con las afiladas garras del rencor y condenada a los más profundos abismos. He vivido solo y asustado en tantas estaciones, que mis miedos se han convertido en odio, y más odio. No puedo luchar contra esta melancolía. Hasta mis huesos se han empapadado de dolor a causa de atormentantes calambres que sufro en el hombro izquierdo. He decidido esperar, dejar que la tristeza venga y me arrope.

Soledad, mi vieja amiga, estoy aquí nuevamente frente a tus caprichos que tienes preparados para mí. Tu semblante no ha cambiado desde aquel día, tu mirada continúa produciéndome una somnolencia que no puedo evitar, y tus heladas manos, siguen incitándome a llorar cada vez que tocas mi rostro. No imagino la vida sin ti, la cruda realidad me hace recordar que me siento devastado, me siento muerto, siento que no tengo salida, incluso, se me ha olvidado cómo vivir en un mundo donde sencillamente no encajo. Por favor, perdóname, con el paso de los años te darás cuenta que estaré siempre a tu lado.

No hay comentarios: